La semana del 21 al 27 de agosto hice un retiro de ‘mindfulness’ en Solius organizado por el instituto esmindfulness y dirigido por Andrés Martín y Sylvia Comas. Forma parte de la formación y entrenamiento necesario para ser instructor capacitado del programa MBSR.

Porque, como requisito imprescindible para tener la capacitación como instructor de este programa psicoeducativo de reducción del estrés basado en el mindfulness, hay que hacer por lo menos un par de retiros, uno de ellos de una semana de duración. Es lógico, sólo se puede enseñar aquello que se ha experimentado lo suficiente como para poder resolver los problemas prácticos que cualquier técnica presenta.

Este ha sido mi segundo retiro. El año pasado fueron solo cinco días en agosto, suficientes para mi primera experiencia intensiva, despues del programa MBSR que hice unos meses antes con Sylvia Comas. Evidentemente, en aquel primer retiro aparecieron todas las dificultades que surgen cuando uno pretende acallar la mente… La principal dificultad es que ¡no se deja! Sólo aceptando este hecho sin desmoralizarme, ni subirme por las paredes, me permitió al final de aquel retiro ir “pillando” el truco para que mis ratos de meditación tuviesen un mínimo de estabilidad.

Al final acabas viendo que ‘meditar’ es fácil, pero como dice Pablo d’Ors, “lo difícil es querer hacerlo”.

Así ha sido durante este curso pasado. La inercia que proporciona cualquier aprendizaje intensivo se va desvaneciendo al cabo de los meses, de manera que mi práctica de meditación se fue haciendo cada vez más irregular, hasta llegar a desaparecer por completo hacia la primavera.

Y así he llegado a agosto, a este segundo retiro que acabo de finalizar. Sinceramente tenía muchas ganas de hacerlo porque, a pesar de la falta de práctica, es innegable el interés personal y profesional que despierta en mí. De entrada, me he dado cuenta de que todo lo que aprendí en el primer retiro me ha servido para empezar ya desde un nivel más estable de concentración, y por tanto he podido aprender a gestionar otras variables. De todas ellas, la más interesante es la relación con el dolor físico.

Uno de los objetivos profesionales del uso del mindfulness se orienta hacia el tratamiento del dolor crónico. Como sabéis, un gran porcentaje de los pacientes que trato padecen de dolor de larga duración, y cualquier abordaje que permita aliviar el sufrimiento en estos casos merece estudiarse y aplicarse.

Durante el retiro, las sabias indicaciones de Andrés Martín nos han ido llevando a traspasar ciertos límites en la capacidad de resistencia durante las sesiones en las que la quietud extrema despertaba una inmensa gama de molestias corporales. Y, a veces, un dolor intenso. En ningún caso se ha tratado de un dolor dañino o perjudicial, es el dolor de grupos musculares “extrañados” por el hecho de mantener la misma postura durante mucho tiempo. Y es la manera de relacionarse con ese dolor donde está la clave. Sesión tras sesión, he constatado que se puede aprender a no luchar en contra de esa sensación tan desagradable que es el dolor. Que en vez de hacer lo posible para librarse de él a toda costa, es posible dejar que esté ahí, fijándose en la forma que tiene, el sitio que ocupa, notando sus límites, casi como abrazándolo y dándole un espacio… En fín, es el descubrimiento en la práctica de otra manera de relacionarse con la experiencia del dolor.

Mi conclusión es que, en los casos de dolor de causa orgánica, en los que existe una auténtica lesión tisular o neurológica, el mindfulness no disminuye el dolor, pero puede ayudar a gestionar la reacción emocional de angustia, desespero y depresión que este dolor crónico llega a suponer en la persona, aliviando considerablemente su sufrimiento… ¡Ya es mucho! Pero es en los casos de dolor de tipo funcional provocados por tensiones musculares y posturales, que son tan frecuentes en la consulta, donde las perspectivas que ofrece el mindfulness pueden llegar a ser espectaculares.

Ese cambio de actitud mental, esa manera diferente de relacionarse con el dolor, aceptándolo sin resignación, con amabilidad y empatía, si la mente es capaz de mantenerla el tiempo suficiente, puede llegar a disolver la experiencia dolorosa. Vendría a confirmar ese aforismo que se atribuye a Carl Jung:

“Lo que resistes persiste, lo que aceptas se transforma”.