Cuando yo estudiaba medicina  lo llamaban “flora intestinal”, pero desde hace unas décadas se utiliza el concepto más amplio de “microbiota intestinal”. Y ya no es el conjunto de bacterias que conviven con nosotros como comensales aprovechados y de los cuales en todo caso recibimos algún beneficio, sino que cada vez tenemos más pruebas de la importancia que tienen en nuestra salud. Ya sabéis,  se trata de cien billones de bacterias, de centenares de tipos diferentes, que suponen entre uno y dos kilos del peso de nuestro cuerpo; y lo más importante, con una información inabarcable contenida en todos sus genomas.

A lo largo de la vida vamos recolectando estas bacterias. Al nacer somos estériles pero ya desde el primer momento el trato gastrointestinal se coloniza, suele evolucionar a lo largo de la vida influida por el medio ambiente y la alimentación, y en una persona adulta, una vez se ha establecido, la microbiota suele ser ya estable en el tiempo.

En los últimos años han tenido un gran eco las investigaciones que presentan la microbiota intestinal como un auténtico órgano metabólico con funciones en la nutrición, la regulación de la inmunidad y la inflamación sistèmica. Por ejemplo, en relación con la inmunidad, Strachan (1989) mostró que la disminución de la carga bacteriana debida al aumento de los estándares de higiene podría conducir a un incremento de las enfermedades autoimmunes. Es la “teoría de la higiene” que dice que en nuestra infancia, el exceso de limpieza y la disminución a la exposición a las bacterias impide el correcto desarrollo de los mecanismos immunoreguladores. Es interesante saber que las alergias y el asma son prácticamente inexistentes en las comunidades rurales de la África…

La investigación científica de la microbiota intestinal está en auge. Y seguramente nuevos descubrimientos ayudarán a comprender mejor su funcionamiento y la relación con la salud de las personas.

Salud física y quizás también salud mental.

Este mes de agosto me llamó la atención un estudio hecho en la Universidad de California Los Angeles (UCLA) en el que encuentran una relación entre las bacterias predominantes en el intestino de una persona, la estructura de su cerebro y sus reacciones emocionales. El estudio evidenciaba que había no sólo diferencias anatómicas en la sustancia gris y blanca del cerebro, sino también diferencias funcionales con diferente sensibilidad a los impactos emocionales negativos.

Cómo siempre pasa con este tipo de estudios, no queda claro si esta relación es causal, o si  pueden haber otras variables que no se hayan tenido en cuenta como el tipo de dieta o el ejercicio físico, que también sabemos que influyen la microbiota intestinal. Es decir que no está claro si son las bacterias las que influyen en el cerebro o son las diferencias que ya hay en el cerebro las que influyen en el tipo de bacterias que se instalan en el intestino… O bien hay otros elementos que influencian a ambos y que todavía desconocemos.

De todo manera es un tema bastante interesante, y abre muchas expectativas en la comprensión de la relación entre el cuerpo y la mente.

El estudio de la UCLA es este: Tillisch K, Mayer E, Gupta A, et al.  T, Zeevi D, Zmora N, et al. Brain structure and response to emotional stimuli as related to gut microbial profiles in healthy womenPsychosomatic Medicine. 2017 DOI: 10.1097/PSY.0000000000000493

 

Y si os interesa el tema de la microbiota intestinal en relación con la salud, qué son los prebióticos y los probióticos, etc., un link bastante bien hecho es este de la Sociedad Europea de Neurogastroenterología y Motilidad: http://www.gutmicrobiotaforhealth.com/es/inicio/